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miércoles, 4 de enero de 2017

Desarollo Moral y Enfermedad Mental



El Desarrollo de la Moral y la Enfermedad Mental[i]
Elizabeth Jenny Hernández Ramírez



“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto 
toda nuestra vida se concentra en un solo instante”. O. Wilde 

Resumen 
¿Cuál es el paso de lo inmoral a lo patológico? a lo largo de la historia de la locura, de cómo se ha construido la noción que se tiene hasta el momento sobre la enfermedad metal, se encuentra en el fondo una discusión no resuelta sobre las conductas inmorales o que se desvían del orden social, muchas de ellas se han categorizado en una taxonomía psiquiátrica. De esta manera, ese tipo de conductas ahora no son señaladas como malignas ni tampoco son castigadas, sino se consideran como conductas que pueden ser rehabilitadas; considerando esto como producto de la evolución médica o no, es un asunto que no solo concierne a un grupo de expertos certificados, que en largas reuniones determinan si una tendencia conductual cumple con evidencias suficientes para ser categorizada como una enfermedad o no; sino también se ha convertido en un asunto de políticas públicas, de aceptación o rechazo social, de reconocimiento o desaprobación de las categorías por los propios expertos etc. Por ello la intención de este trabajo es mantener abierta la discusión sobre la moral y los factores que determinan la patologización de una conducta a través del análisis de un caso. 

Palabras clave: Moral, enfermedad mental, depresión, trastorno narcisista maligno de la personalidad, DSM-V. 

En este trabajo me daré a la tarea de explicar la relación que existente entre los diagnósticos sobre enfermedades mentales y la moral. Este es un tema que regularmente no se aborda de esta manera, ya que lleva siempre a diferentes controversias. Por una parte tendríamos una postura en la que al pensar en “enfermedad mental”, per se, se piensa en individuos que no son responsables de sus actos, sino que debido a su padecimiento pueden llegar a actuar de manera “inmoral” ante la mirada de quienes juzgan su comportamiento. 
En esta línea de pensamiento encontramos a teóricos evolucionistas de la moral como: Durkheim, Kohlberg, Piaget, etc. que muestran a través de estudios e investigaciones que la moral se despliega en diferentes etapas que acompañan al desarrollo cognitivo. Kohlberg (1960) discípulo de J. Piaget planteó tres etapas de la moral ampliando las propuestas de su maestro, esas etapas son: preconvencional, convencional y postconvencional; cada una con diferentes estadios; en los que el niño va asimilando las reglas sociales, morales y logra al final del desarrollo moral establecer una relación adecuada con la autoridad. Esta evolución de la moral le permite adaptarse a su medio y lograr el desarrollo de una capacidad crítica, que le permita buscar las causas justas de acuerdo al análisis de las propias normas. 
 Así como Kohlberg cada uno de los teóricos mencionados, desarrollaron con paradigmas parecidos; la idea de que la moral se desarrolla conforme el crecimiento cognitivo y social de una persona. De esta manera, si en el proceso de desarrollo el niño no es estimulado cognitivamente y su ámbito familiar no lo dota de lo suficiente para su crecimiento, el niño crecerá con afectaciones no solo psicológicas, sino también morales. Sin embargo otros teóricos racionalistas como I. Kant, Habermas entre otros, dan prioridad a la capacidad de razonar y de decisión, al cometer una acción. Por otra parte, los teóricos emocionalistas como J. Haid, J. Green, Houser, etc. sostienen la idea de que los actos morales se dan de manera innata provocados por emociones que siendo inconscientes no dan pie a la razón sino hasta después del acto cometido. 
Emocionalistas, racionalistas, evolucionistas, tradicionales o contemporáneos todos a su manera, han tratado de entender las motivaciones que llevan a un individuo a actuar de manera moral o inmoral. Lo que me interesa en este momento y para efectos de este trabajo, es explicar de acuerdo a los teóricos evolucionistas, el comportamiento inmoral y de daño de un individuo y problematizar sobre si son suficientes las explicaciones del desarrollo para justificar los actos cometidos. Para ello me valdré del estudio de caso de un piloto que hasta hace no mucho causó una gran polémica en los medios de comunicación: Andreas Lubitz. 
 Antes del 24 de marzo Lubitz era simplemente un joven de 27 años, con aparente vitalidad, una buena posición socioeconómica, con una pareja estable con quien tenía planes de formar una familia y adquirir algunos vienes. En 2013 se hace miembro de la aerolínea Germanwings, en donde trabaja como piloto, sin embargo, conserva el deseo de algún día ser comandante de la aerolínea Lufthansa. Hasta este momento podemos pensar en una persona completamente “normal”, con la vida resuelta. No es hasta, el 24 de marzo de este año, que se dio a conocer al mundo como el actor que decidiera terminar con su vida de una manera poco convencional, llevando con él a 150 personas. Siendo copiloto del vuelo 9525 de Germanwings que volaba de Barcelona hacia Düsseldorf provocó que se estrellaran en los Alpes franceses; ocurrida esta catástrofe, todos los medios se preguntan por las motivaciones que tendría un hombre como Lubitz para realizar tan cruel evento. 
 Encontramos entonces en diarios como Le Monde, la Deutsche Welle, el País y otras notas independientes, a especialistas realizando hipótesis desde sus disciplinas acerca de su comportamiento. Esas hipótesis giraban al rededor de diversas enfermedades mentales que iban desde trastornos afectivos como la depresión, hasta cuadros meramente psicóticos. Tres días después de la tragedia el diario Le Monde anunció: entre sus documentos [los de Lubitz] han aparecido recetas y pruebas que componen un amplio historial de depresión debido a una ‘crisis existencial’ y demuestran que estaba en tratamiento hasta el mismo día que estrelló el avión. 
 A partir de esta nota se comenzaron a lanzar muchas más en las que se discutía sobre su historial médico, sobre un tratamiento probablemente interrumpido, entre otros factores. La mayoría de quienes hablaban sobre el caso de la depresión de Lubitz, estaban de acuerdo en que los síntomas depresivos no serían motivo suficiente para explicar la masacre sucedida. En el diario Le Monde, la psiquiatra Céline Curiol explica: “non, la dépression n’est pas une folie meurtrière”; por su parte Jerónimo Saiz Catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Alcalá de Henares, afirma “es terriblemente excepcional que esa conducta suicida afecte a otras personas desconocidas […] creo que una explicación sería una alteración de las que llamamos psicóticas, que le estuviera haciendo percibir la situación de una manera totalmente errónea, que no le produjera intranquilidad o miedo”.
 En contra parte en ¿Qué es lo que hay detrás del rostro? una nota publicada en el Diario El País, la psiquiatra Lola Morón catedrática de la Universidad complutense de Madrid explica, tal vez de manera un poco más honesta, que: nunca sabremos lo que sucedió en la mente de Andreas Lubitz en los minutos que permaneció solo y encerrado en la cabina del avión que posteriormente estrelló… es difícil aceptar que algo no pueda llegar a saberse: que a un paso de lo conocido y lo visible hay una oscuridad en la que por mucho que lo intentemos no podemos vislumbrar nada, a no ser la proyección de nuestras obsesiones y nuestros fantasmas […] no intentemos explicar, lo que a veces, simplemente, no tiene explicación . 
 No obstante, a pesar de lo que Morón afirmaba, no se dejaron de hacer todas las hipótesis posibles, para tratar de entender la pulsión que motivó a Lubitz a cometer uno de los peores actos de los que hemos sido testigos este año. Las conjeturas más cercanas a la realidad, dieron pauta para trabajar en la mejora de los procesos de evaluación de pilotos y prender alarmas en las diferentes aerolíneas sobre las características de las personas a quienes contratan. Además de cambiar algunas de las medidas de seguridad que permitan evitar que un piloto se quede solo en la cabina . 
 Ahora la pregunta que me planteo resolver es ¿son suficientes las explicaciones a cerca de la enfermedad mental (cualquiera que esta fuese) de Andreas Lubitz para justificar que se haya suicidado y asesinado a las 150 personas que lo acompañaban en el avión? Esta pregunta en la que la respuesta parece obvia, no fue plateada en ninguno de los análisis que se hicieron sobre la explicación de dicho evento. Solo se realizaban las hipótesis a cerca de enfermedades mentales, más no sobre el ethos del mal. Esto plantea de manera intrínseca que es mejor pensar en una idea de “individuo bueno por naturaleza” que no tiene cabida al mal, en la que solo por medio de una distorsión en el desarrollo; en el que lleno de carencias afectivas, cognitivas, ambientales, etc. es capaz de cometer un acto inmoral o de daño hacia los otros. 
 De esta manera, cada día los medios de comunicación arrojaban información que llevaban a vislumbrar, algunas señales para develar el tipo de estructura mental a la que nos enfrentábamos. Dentro de esas notas hubo una en especial que capturó mi atención y que se publicó en el ABC de España, en donde la exnovia de Lubitz decía algo que había escuchado en voz de Lubitz: “un día voy a hacer algo que cambiará el sistema entero, y entonces todos van a saber mi nombre y recordarlo ”. Pero ¿a qué se refería Lubitz con esta frase? ¿por qué intentamos comprender lo que quería por medio de paradigmas de la enfermedad mental y no desde teorías de la moral? ¿será que se le teme a la idea de la maldad humana? Si nos quedáramos solo en la explicación que nos daría la propia enfermedad; en primer lugar, las palabras de Lubitz no parecen de un individuo deprimido, ya que, los síntomas de la depresión así como se describen en el DSM-V son las siguientes: una disminución importante del interés o el placer por todas o casi todas las actividades, la mayor parte del día o casi todos los días, estado triste o deprimido que se expresa casi todos los días, afectaciones físicas como fatiga, problemas de pérdida o aumento de peso, agitación o retraso psicomotor, disminución en la capacidad de pensar y pensamientos de muerte recurrentes que van acompañados por ideas suicidas. De todos esos síntomas, sólo el último de ellos nos llevaría a pensar en un trastorno del afecto, y cualquier especialista en el área, sabría que eso no es suficiente; debido a que las ideas suicidas y el suicidio propiamente dicho se relaciona también con otro tipo de trastornos mentales. Además el suicidio no es una conducta que se presente por la depresión en sí, si no por el aumento de presión y ansiedad que se vuelven insoportables, propios de la manía. Retomando la cuestión, probablemente si nuestro interés fuera responder que efectivamente el comportamiento de Lubitz, fue causa de una enfermedad mental, tendríamos que considerarlo como un hombre desesperado por ser visto, por ser reconocido y recordado por los demás. Ávido de llenar un vació que quizá nunca fue satisfecho. 
 Esta descripción orienta a los expertos en salud mental, a pensar en un trastorno narcisista de la personalidad. La idea del narcisismo patológico en donde las personas que se ubican en esa categoría “tienen dificultades para tolerar los fracasos, las postergaciones y las dificultades corrientes, son muy susceptibles y su mayor problema radica en regular su autoestima” . Además en palabras de O. Kerngberg: “el narcisismo patológico se expresa en un exceso de referencias a sí mismo y de egoísmo. Manifiesta también grandiosidad, que se refleja en tendencias exhibicionistas, un sentido de superioridad, imprudencia y ambiciones que son desmesuradas en vista de lo que en realidad pueden lograr” (Kernberg, 2005). Con esto podríamos inferir que desde esta postura, los teóricos evolucionistas lograrían quizá quedar satisfechos sobre la explicación de dicho comportamiento; basado en un pensamiento omnipotente y sádico, por el cual Lubitz se creyó con el derecho y el poder de acabar con la vida no solo de sí mismo, sino también con la de las 150 personas que lo acmpañaban, utilizándolas para “ser recordado”. Ese tipo de pensamiento con ideas grandilocuentes se transformaron en la planeación de un suicidio que tenia que demostrar tal impacto con todo el exhibicionismo y superioridad pertinentes del individuo narcisista. Hasta aquí, tendríamos una explicación complaciente, un discurso sobre la enfermedad que llevaría a restar la responsabilidad moral de Lubitz. Además se tiene que considerar si para realizar ese tipo de afirmaciones, tendríamos que tener conocimiento a cerca de la historia, el ambiente, los pensamientos, ideas, influencias que este actor tuvo a lo largo de su vida -de una manera detallada- que permitiera sustentar en la medida de lo posible esa hipótesis. 
 Este tipo de explicaciones calman la angustia del ser humano ante la presencia de lo ominoso , lo terrorífico que es propio de todo individuo, pero que horroriza el aceptarlo. Freud en la explicación de las pulsiones y destinos de pulsión nos habla de dos instintos naturales en el hombre, el instinto de vida y el instinto de muerte. Ambos para este autor pueden determinar lo que hacemos, pero parece que existe una propensión a pensar que eso no es así, en la que como decía en paginas anteriores suena mejor definirnos “buenos por naturaleza” como si en estos términos preponderara el instinto de vida. Así, cuando nos enfrentamos a casos como el de Lubitz y otros muchos, que han cometido masacres en escuelas de niños, adolescentes, en lugares públicos etc. la angustia que deviene y el horror de los hechos, se calmara ante la explicación propia de casos clínicos. Entonces, no se ve en el interior el monstruo que llevamos dentro, atribuyéndole a estos individuos un tipo de discapacidad emocional, una falta de empatía, producto de una grave distorsión en el desarrollo. Lo más preocupante desde esta perspectiva, no es el caso específico de Andreas Lubitz, sino el vacío que de pronto nos dejan estas posturas explicativas, un vacío en el que la naturaleza del ser humano está ya determinada y se aleja de la razón y de la voluntad. Igualmente muestran la propensión a la presencia de dogmas que ofrecen certezas donde posiblemente no las hay. 
Con este planteamiento, quisiera dejar en claro que no podemos explicar un evento de este tipo desde el desconocimiento, desde la oscuridad en la que “la verdad” queda vedada por la deformación de diferentes posturas y realidades. Ahora bien, si regresamos a la pregunta originaria de este texto de si ¿son suficientes las teorías de la enfermedad mental para explicar este tipo de actos? Quisiera dejar la respuesta en el tintero, para promover un análisis de las diferentes posturas que podemos encontrar al respecto. Desde este punto de partida, también quisiera rescatar las teorías que consideran que no somos buenos por naturaleza, sino que el mal esta dentro de cada individuo, y que tendemos a él. E.M. Cioran (1949) mantiene la idea de que la tendencia al ideal, a la megalomanía, la tendencia a creer en la bondad, en creer que existen certezas y convicciones en su conjunto no son más que el origen del mal. De esta forma podríamos entender más cabalmente cómo un hombre con las características de Lubitz, que había alcanzado ya lo que muchos jóvenes a su edad desearían (una posición social, una economía estable, una pareja, etc.) frente a la “no certeza” al miedo a lo desconocido al fracaso que devenía por su estado físico , lo llevaron a la necesidad de dejar una huella, de mostrar su grandiosidad falsa ante el mundo, que lo hicieron utilizar unos minutos del poder que en ese momento ejercía sobre la vida de los demás, por la idea dogmática de tener lo justo. No obstante, no quisiera caer también en una explicación simplista sobre las motivaciones que llevaron a Lubitz a, arrastrar consigo a personas que no conocía. Seguramente esas razones existen, pero jamás las sabremos como lo afirma Lola Morón. Sin embargo parece que si se le diera el reconocimiento no solo de la naturaleza bondadosa del ser humano sino también de la gran capacidad de destrucción, no dejaríamos de lado la responsabilidad que cada uno tiene de sus acciones; de acuerdo con esto Cioran afirma: hay algo que viene de nosotros mismos, que es nosotros mismos, una realidad invisible, pero interiormente verificable, una presencia insólita y de siempre, que puede concebirse en todo instante y que no nos atrevemos jamás a admitir, y que no tiene actualidad más que antes de su consumación: es la muerte el verdadero criterio… y es ella, la más íntima dimensión de todos los vivientes (Cioran, 2009: 18). 
Si consideramos entonces este tipo de pensamiento en el cual la muerte siempre presente en el individuo, el individuo en sí como ethos del mal en palabras de Sloterdijk, cuando vemos su presencia inminente no solo en las noticias que anuncian guerras y destrucción, sino en la vida cotidiana, la angustia ante eso ominoso como tal no existiría. La presencia de la reflexión sobre nuestros propios actos estaría siempre presente, es decir; ¿cómo poder evitar el mal, si se desconoce desde el interior de uno mismo? ¿cómo aceptar la consecuencia de nuestros actos, cuando los explicamos a raíz de enfermedades mentales? Parece imposible. Es preferible que el mal permanezca en el olvido, en lo oculto, en donde nadie lo vea aunque paradójicamente siempre esté presente. En “Genealogía de la moral” Nietzsche nos dice que el “olvido” es un poder activo, una capacidad inhibitoria en el verdadero sentido de la palabra, facultad a la que hay que atribuir el hecho de que todo lo que nos sucede en la vida, todo lo que nosotros absorbemos se presenta tan pocas veces en nuestra consciencia en el estado de “digestión”… de aquí que ninguna dicha, ninguna serenidad, ninguna esperanza, ninguna fiereza, ningún goce del instante presente podrían existir sin la facultad del olvido (Nietzsche, 2009: 227). 
 Por su parte Lubitz pretendía hacer algo por lo cual nunca fuera “olvidado” sin embargo, para quienes forman parte del grupo de personas de las que habla Nietzsche, la catástrofe tiene que ser olvidada, el mal tiene que ser enterrado; para alejarnos de la mala conciencia, de la culpa de ser parte del gran mal que enferma a la sociedad que formamos. Finalmente recuperando el planteamiento inicial, resultaría muy peligroso ubicar el comportamiento moral como sinónimo de salud mental, eso sería pensar que en primer lugar existen personas que libres de neurosis o de cualquier tipo de enfermedad mental son completamente morales y que solo “los anormales” -como los llama Foucault- o enfermos son quienes actúan de manera amoral. Lo cual repercutiría en temas legales; en donde a las personas que comenten delitos se les tuviera que eximir de la culpa y el castigo, dejando de lado que existen personas que son completamente conscientes del daño que quieren provocar al otros, así como Lubitz que al parecer conscientemente elaboró un plan para irrumpir en el “sistema” [en sus propias palabras] para no ser olvidado.


 Notas:
[1] Hago el reconocimiento y agradezco al Dr. Giovanni Algarra Garzón las sugerencias para la realización de este texto.
[1] Cita leíada en www.elmundo.es el día 03 de abril de 2015.
[1] “la depresión no puede provocar una matanza” (traducción de la autora).
[1] Cita leída el 04 de abril de 2015 en http://c ultura.elpais.com/cultura/2015/04/01/babelia/1427882397_127472.html
[1] Entendiendo como pulsión ese empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin.
[1] El escándalo provocado por las causas que rodearon al suceso, hizo que las aerolíneas mundiales se planteasen cambiar las medidas de seguridad implantadas a raíz de los atentados del 11-S. De esta manera, se sugirió que cuando el piloto o el copiloto abandonase la cabina, otro miembro de la tripulación entrase para evitar que se quedase solo.
Cita leída el 04 de noviembre de 2015 en: http://www.lapatilla.com/site/2015/11/04/las-aerolineas-cambian-su-seguridad-seis-meses-despues-del-caso-germanwings/
[1] Se realiza el análisis del diagnóstico desde este manual considerando que es la última edición, sin embargo quisiera acotar, que no necesariamente sea actualmente aceptado por toda la comunidad psiquiátrica. Dicho manual ha generado controversias dentro del propio gremio de especialistas, ya que algunos consideran que dicho manual ha caído en generalizaciones que llevan a pensar que cualquier persona podría pertenecer al menos a una de sus categorías. Si el autor se interesa por la crítica a este tipo de taxonomía, se recomienda visitar la siguiente página: http://www.sepypna.com/documentos/criticas-dsm-v.pdf (revisada el 23 de septiembre de 2015).
[1] Idem.
[1] S. Freud (1915) pertenece al orden de lo terrorífico, de lo que excita angustia y horror.
[1] Como se afirmó en algunos medios, tenía problemas de la vista que con el paso del tiempo lo llevarían a no poder pilotear un avión.


Referencias

·       American Psychiatric Association (2014) Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM-V. Washintong, DC: American Psychiatric Publishing.
·       Cioran, E. M. (2009). Adiós a la Filosofía y otros textos. Madrid: Alianza Editorial.
·       Foucault, M. (2007). Los anormales. México: Fondo de Cultura Económica.
·       Freud, S. (1915) Obras completas. Pulsiones y destinos de pulsión. Tomo XIV. Argentina: Amorrortu.
·       Kernberg, O (1984). Trastornos graves de la personalidad. México: Manual Moderno. 
·       Kohlberg, L. (1999). Psicología del desarrollo Moral. Bilbao, España: Desclée de Brouwer.
·       Nietzsche, F. (2009). Genealogía de la Moral. México: Porrúa.
·       Sloterdijk, P. (2010). Ira y tiempo. España: Siruela.

miércoles, 16 de julio de 2014

Ninfomaniac
“Erotismo y muerte”



La imagen y el concepto de ser y de sentirse mujer es un tema que genera una gran controversia, sobre todo en una cultura en donde el prototipo de la mujer es sinónimo de bondad, delicadeza, entrega, de cuidado y es la representante de las emociones y sentimientos que son a veces callados y reprimidos en los hombres. Esta imagen de mujer “perfecta” del estereotipo que debe cumplir con todas las expectativas, de ser buena hija, buena madre, buena esposa, buena amiga, buena trabajadora, etc. queda hecha trizas con la propuesta que nos hace Larns von trier  en Ninfomaniac que presenta a una mujer como opuesto de lo que “se espera”, una mujer sin emociones y que rompe con todas las barreras y expectativas, se empodera con su sexualidad o tal vez la sexualidad se apodera de ella. Así es como cobra vida el personaje de Joe.

Es complejo definir las emociones, sentimientos, impulsos y deseos que se mueven dentro al ver este film, en el que Larns logra tocar a profundidad lo más recóndito del inconsciente y lo plasma de manera tal que envuelve el placer y el dolor como representación de una sola cosa, el cuerpo se cosifica y al mismo tiempo se vive pero no se siente y el deseo más escatológico se convierte en real.

Es una entremezcla de vida y de muerte de pulsiones e impulsos en donde las emociones queda difuminado en un campo del olvido interno. El amor no existe, solo en la relación con el padre que conecta a Joe con la vida a través del diálogo con los árboles. Es el bosque el que se convierte en su refugio, el único lugar de paz, un lugar privado y de bienestar. Lo demás es hueco y sin sentido. Joe es el signo del placer no satisfecho, de la búsqueda constante de lo que Freud llama el “objeto perdido” que se encuentra. Destinada a una vida de soledad y de un mundo oscuro en donde lo de menos es el dolor que infringe a su cuerpo y lo que se pone sobre la mesa es un vacío profundo en el que va de caída y del que no logra salir porque ese vacío profundo es el que le da sentido a su vida, un sentido que no encuentra en nada más.
Con el tiempo se convierte en madre, pero una madre sin apego en la que prevalece la necesidad sexual por sobre todo, se convierte también en una esposa que al encontrarse con el “amor” pierde la sensibilidad de su cuerpo y lo busca insaciablemente en otros hombres, porque parece que para Joe el amor y el placer es algo en lo que no encuentra convergencia. La unión la encuentra en el placer, el dolor y la cosificación del cuerpo. Comienza una vida dividida entre su hogar y lo sexual. En ese mundo escindido Jerôme un hombre de poco carácter que le provoca una necesidad de someter también juega un papel importante, en el que lejos de mostrarse consumido en el ego machista trata de ser consecuente con la vida que ella ha decidido. Hasta que no puede más con esa carga que la consume y se aleja diciendo adiós a ser madre, a formar un hogar y al sentimiento de amor con el que no se identifica.  

Dentro de sus intentos de consolidar su mundo, decide ingresar a terapia de grupo, en la que no se siente cómoda pero lucha en contra de ella misma, lucha en contra de su propia imagen cubriendo el espejo que refleja su esencia. Se amarra de pies y manos forra todo lo que le evoque la búsqueda de placer. Pero es demasiado para Joe, siente que lucha en contra de su propia naturaleza y entonces decide huir abiertamente de la terapia no acepta ser una  “adicta al sexo”, lo intenta pero en una de las sesiones en la que tiene que narrar su “problema” ve de pronto en el reflejo de un espejo a la niña que fue y que siempre ha sido y llega así el momento de la integración, de la unificación de un mundo dentro de sí misma en el que no participa nadie más que ella acompañada de quienes deciden entrar y salir. Se reconoce como una Ninfómana rechaza cualquier máscara que le sea impuesta y así como su interlocutor decidió vivir encerrado leyendo libros y escribiendo sin sentir atracción por nadie, así ella decide ejercer todo el poder sexual que lleva dentro y por ello castiga de manera colosal la renuncia al celibato de Seligman quien por fin siente deseo sexual, solo que Joe no esta dispuesta a  ser objeto de deseo y uso para él su primer “amigo” y el acto mismo del deseo de Seligman lo reprueba y lo castra antes de perder la coherencia que ella exige y quiere.
La mirada de Larns invita a un mundo sin máscaras y de reconocimiento de sí mismo de la naturaleza tanática y erótica que constantemente fluctúan, el reconocimiento de un mundo interno lleno de demonios y la muestra que hasta dentro del mundo más oscuro se puede encontrar cierta coherencia y unidad. En donde las etiquetas sexuales pierden relevancia y simplemente se entienden –utilizando el término de J. Mcdougall- como neosexualidades.





jueves, 19 de junio de 2014

El viento se levanta


La nueva película de Hayao Miyazaki, muestra uno de los aspectos de la ciencia que pocas veces podemos reflexionar. El creador e inventor de los aviones de y para la guerra Jirō Horikoshi (22 de junio de 1903 - 11 de enero de 1982) deja con un sabor agridulce y una espina en el corazón... por un lado vemos a un hombre que desde pequeño es seguidor de su más grande sueño "convertirse en un excelente y reconocido ingeniero de aviones" que estudia con dedicación y trabaja con mucho ímpetu para alcanzar su meta. Podríamos pensar que es un ejemplo de perseverancia y éxito, un ejemplo a seguir para todos los que se han trazado un objetivo en a vida. 

Las críticas que se han hecho sobre este último film de Miyazaki son bastante alentadoras, pero me pregunto sobre el verdadero interés del director, ya que no es un director de lectura tan simple, pues en todos sus demás largometrajes nos hace reflexionar de una  manera profunda, y me parece que con "el viento se levanta" su intención no es solo mostrar que podemos alcanzar nuestros sueños si somos suficientemente entregados, apasionados y perseverantes ya que es algo que nos queda claro a cualquier persona pensante. 
Por ello si analizamos este film desde un punto otro punto de vista, tal vez nos encontremos con un motivo diferente. Probablemente me equivoque, pero quiero pensar que Miyazaki nos invita más bien a valorar el objetivo de los sueños que queremos alcanzar, las cosas que se pueden perder de vista en la realización de un sueño y el impacto que puede tener en los demás el alcance del mismo. Pues Jirō no es el inventor de algo insignificante, es el creador de los "aviones caza" que se ocuparon en el ataque a Perl Harbor en el que murieron 2402 personas, sin contar heridos y demás pérdidas. A este hombre perseverante, emprendedor, soñador, y todos los calificativos que queramos darle, no le importó el uso que se le daría a su más grande creación, se empeñó en el resultado como producto pero no analizó en ningún momento el impacto que tendría el uso que tendrían los aviones. 
Parece que la otra cara de Jirō es la muestra de un nacionalismo peligroso, que hace crear herramientas para la destrucción; muestra también una personalidad mezquina y narcisista a quien no le importan las personas que están a su alrededor, ni el daño que causará la realización de su sueño. Sería muy diferente la historia si hubiese creado aviones solo de pasajeros y que se hubiese negado rotundamente a que fueran utilizados para la guerra. Si lo vemos desde esta perspectiva seguro cambia la apreciación de este film que tiene un matiz más dramático que heroico. 


Un ejemplo claro que se contrapone a la visión que nos presenta Miyasaki lo podemos encontrar en el caso de Arthur W. Galston (1920-2008) un botánico especialista en bioética que en su trabajo como investigador en la universidad de Yale,  identificó los efectos defoliantes de un producto químico pero al saber que  este producto se convertiría en el "producto naranja"  que destruyó hectáreas de cultivos y ocasionó deformaciones en niños cuyas madres trabajando en el campo habían tenido contacto con dicho producto, comenzó una campaña en la que pedía al gobierno de Estados Unidos que erradicara su uso por los daños ambientales y físicos que podía ocasionar, argumentando que la ciencia no está para ir en contra de la vida, hasta que logró que el presidente Nixon prohibiera su uso como arma química... esta brevísima reseña que  hago sobre el caso de Galston se contrapone de manera radical a la actitud de Jiro que era de una pobre consciencia del daño que provocaría su invento, o bien, de la poca importancia que le daba a la vida misma. 

En conclusión... es un film que me dejó con muchos sinsabores y cuestionamientos sobre las formas de reconocer a la ciencia. 







miércoles, 11 de septiembre de 2013

Amour (M. Haneke)

Amour
(Michel Haneke)




“No hay algo  más hondo que mirar el sufrimiento
 de alguien amado sin poder ayudarle”
 M. Haneke.


Tengo que confesar que la primera ocasión que vi la película, lloré casi todo el tiempo, la pasé realmente mal al verla  y al salir de la sala de cine, estaba sin palabras. En realidad tuvieron que pasar unas horas y tal vez unos días para que lograra digerirla.
Es una película sencillamente impactante, que nos arroja a la realidad de lo que se ha vivido o de lo que seguramente nos espera por vivir.  El final inminente de la vida de un ser querido y/o de la vida propia, el final también del amor; de un amor que no se puede entender, hasta que se recorre un trayecto de años y años con el ser amado.

La fineza y crueldad del director, consiste en mostrar de manera transgresiva  la realidad, en la intimidad de una pareja a la que repentinamente ha visitado la enfermedad y la muerte. La contemplamos ahí, ante nuestros ojos que no dejan de mirar. El sufrimiento, el dolor, la incomprensión, el fastidio, la impotencia y al mismo tiempo el infinito amor son los sentimientos que surgen cuando se enfrenta la enfermedad que consume paulatinamente a la persona que amamos.

“Hay cosas que no se muestran” le dice George a su hija, cuando le prohíbe entrar a la habitación de Anne (su madre), cosas que el director nos ha mostrado en contra de la voluntad del propio George. Nos hace testigos del decaimiento de Anne, de su deterioro cada vez más profundo, de su falta de movilidad, de su incapacidad para pronunciar palabras. 

Somos testigos de cómo George en su amor infinito protege a Anne de los intrusos, parece que eso piensa de la gente que no entiende, hasta de Eva su propia hija, que lo único que le recomienda es que la lleve a una clínica para que sea “bien tratada”.  Sin darse cuenta de que la única persona que podría atenderla con amor y con cuidado es él. El hombre con quien ha compartido la vida, con quien tiene códigos especiales de comunicación que nadie ni una enfermera “capacitada” pueden ofrecer.

George entiende que Anne, no quiere que  nadie la vea. Por eso se empeña en que así sea, cierra una y otra vez puertas y ventanas, corre de su mundo a una paloma que aparece de repente, intenta atraparla y cuando lo hace la cubre para que  no sea partícipe del infierno que viven ahí dentro. Nadie más puede participar de su privacidad, que al ser compartida tendría que pasar por el tamiz de la compasión. Esa que Anne no quiere, no quiere sentir la humillación de la mirada los otros, una mirada de lástima que más que ser reconfortante le resultaría degradante. No quiere que le hagan preguntas, porque seguramente no podrá contestarlas.

Este impertérrito retrato de devoción, envejecimiento y enfermedad deja huellas y cicatrices en el alma, pues no existe nada más certero en la vida que la propia muerte. A veces lo olvidamos, nos negamos a mirarla, pero se hace presente de maneras abruptas, sin esperarla.

En una de las primeras escenas, la pareja al llegar del teatro, se dan cuenta de que la chapa ha sido forzada. Anne se muestra sumamente abrumada, se preocupa por su seguridad, pero  parece que quien se ha instalado sin invitación y sin previo aviso no es un delincuente, no es una persona.  Se trata de aquella a la que se evita mirar a los ojos, esa que lleva la enfermedad y que permanece invisible, hasta que cumple con su cometido: “la muerte” que trabaja lentamente y,  lo hace sin máscaras sentimentales o estrategias de dulcificación, somos testigos  del más aséptico de los realismos. La enfermedad visita a Anne paralizando la mitad de su cuerpo, saboteando su raciocinio, triturando su memoria... El trance de su adorada esposa enfrenta a George a la prueba de amor más extrema. Ella no quiere pasarlo en un hospital, y él se dedica en corazón y cuerpo a cuidarla. Dos seres desvalidos en comunión frente a las embestidas de la muerte.

Es una larga espera que George no se permite y toma una decisión que evita más sufrimiento para ambos, a pesar de su esfuerzo y devoción. De pronto aparece el reconocimiento de que “no hay  más que hacer”, de que cualquier esfuerzo o cuidado son inútiles, pues no existe nada que le devuelva la salud y la fuerza a Anne para poder seguir. Así que no aguanta más y le ayuda a pasar a otro estado de existencia, en una vida que no es esta, en donde él se pone su abrigo y sale con ella de esa casa abandonando el desconsuelo de la vida.

Parece que lo que Haneke plantea en este film, no tiene que ver únicamente con el tema de una pareja que se acompaña hasta la muerte, sino que, plantea una problemática en la que se toma una decisión en donde lo “permitido” lo “valido” queda en disputa. Es un tema que ni él mismo logró resolver en su vida privada, ya que esta película fue inspirada en un caso personal. Una de sus tías, a los 93 años decidió quitarse la vida, ella misma le pidió  a Haneke que la ayudara, pero él se negó. Afirma en una entrevista “de ninguna manera podría haberlo hecho”. Sin embargo, al contarnos esta historia encuentra una  manera reparativa  para resignificar su propia experiencia. (Actuando lo que no hizo, a través de una realidad alternativa en la que dirige desde afuera la solución que tal vez quiso llevar a cabo pero no pudo).

La pregunta que surge aquí, es ¿cómo podríamos abordar el sufrimiento de la persona que amamos? ¿qué haríamos los que estamos en esta sala, en una situación similar, o cómo la estamos enfrentando? si es que la estamos viviendo ahora.  Me parece que la respuesta no es cosa sencilla, la única forma de obtener una respuesta genuina, es a través de la propia vivencia.